27 de febrero de 2016
Me encontraron muerta
en Atlatongo.
Era yo, mujer
Era yo, tenis blancos,
pantalones y suéter negro.
Me arrancaron la piel
de la cara, el cuero cabelludo y las huellas dactilares.
Me arrancaron el
rostro, la historia, la memoria, las pasiones.
A algunos les gusta
escribir que me desollaron viva, no sé si para vender sus periódicos de cinco
pesos o para hacer que las personas retengan mi imagen y piensen que no soy
solo yo, sino todas.
Nos están quitando el
rostro, a todas.
Nos están arrancando la
libertad de ser, a todas.
La poesía se ha estado
poblando de voces que cuentan las historias, que convergen en señalar al agresor, al asesino, al culpable: el
macho-idiota capitalista, esparcido en nuestras cabezas, cuerpos, acciones,
relaciones, formas, modos de vida, o de muerte, porque esto ya no es vida si el
país se está convirtiendo en una tumba para todas aquellas que se atrevieron a
nacer con vagina.
Y esto ya no es poesía,
ya no es poema,
Ni una declaración, ni
un testimonio, es otra cosa
Que grita desde
nuestras entrañas, desde las matrices, los ovarios, los pezones que nos
condenan en un país que odia a las mujeres
Culpa nuestra por no
cuidarnos, por no prevenir, por distraídas, por la ropa que vestimos, por no
llevar silbato, por caminar a las 3 de la mañana o a las 2 de la tarde, por
amar, por no amar, por meternos en lugares que no debíamos, en espacios que no
son para mujeres, por llevar apagado el celular o tomar un taxi cualquiera,
culpa nuestra por andar solas (es decir, sin hombres), culpa de Lola y Melina,
asesinadas allá, acá, en Ecuador, por caminar solas en la playa, por viajar
solas desde Argentina.
Culpa de Magali por no
dejar a su ex antes de que la matara
Culpa de Valentina por
usar vestido tan noche
Culpa de Daniela por
pedirle la hora a un desconocido
Soy un niño, un hombre o un adolescente, un potencial
asesino y un posible violador
Y no es porque quiera, es por cómo me educan.
Es porque me enseñan primero a poseer, que a abrazar,
es porque antes de leer ya aprendí a mirar a la otra como un
trofeo de mis palabras;
es porque intentan naturalizarme un animal que ni siquiera
es tal,
es más bien un monstruo del poder
que ve a la otra como su triunfo, como el galardón a algo
que aun no entiendo, pero que ya debo aplicar, a algo que le dicen macho.
Yo todavía quiero jugar con ella, con él y con elle… jugar,
simplemente jugar a las manitas, a la ronda, a las muñecas o a la pelota, pero
no quiero jugar a ser el más algo que alguien o alguienes.
Papá ¿por qué insistes en que mire las piernas de una mujer?
¿Por qué me dices que tengo que fijarme en ellas si tu me insultas diciendo que
lloro como una de ellas? ¿Por qué me obligas a decirles cosas si tú dices que
soy peor que una mujer cuando lloro?
Papá ¿y si a ti en verdad no te gustan o no las encuentras
bonitas? Lo digo por el simple hecho de que me maltratas diciendo que soy una
de ellas. Y yo no me siento mal por eso, al contrario.
Pero vienen los golpes, los insultos, los castigos, los
maltratos “hasta que te comportes como hombre”…
Entonces ¿Qué es eso? ¿Cómo debo comportarme? ¿Qué es ser
hombre?
Tengo la edad de la niña violada y asesinada ayer, hoy,
mañana.
Tengo la edad de la niña que pedía dinero en el semáforo,
tenía una trenza larga y el rostro, el rostro…
Tengo la edad de la niña solitaria que se ríe bajito para no
molestar…
Tengo la edad de la mujer cautiva durante 10 años, porque un
tipo la secuestró mientras volvía de la escuela. Tengo la edad de todas las
mujeres cautivas arrancadas del presente y sumergidas en esa oscura madriguera que no lleva al otro
lado sino a este, a este túnel que se nos está haciendo la calle…
Tengo la edad de las mujeres indígenas violadas por los
hombres del ejército, esos machos perfectos.
Tengo la edad de la mujer a la que le piden un examen
psicológico para comprobar que no está loca por acusar a un hombre de haberla
agredido sexualmente, en plena calle, en plena luz, en pleno día, en pleno país
muerte. Hay un vídeo de la agresión.
Tengo la edad de la mujer hallada en un basurero, sin rostro,
sin piel en las manos, sin alguien que
se indignara ante una fotografía que alimentó el morbo de las personas que
comen sentadas entre ríos de sangre.
Tengo la edad de una mujer acosada en el metro.
Tengo la edad de la mujer, ese ente abstracto y homogéneo,
que despierta suspicacias entre algunos hombres
que se indignan cada vez que ese ente se remueve, se parte, se hace
historia, memoria y grita.
“No que muy pidiendo
igualdad, a ver ¿cuándo es el día del hombre?”… Los otros 364 días, compañero.
Tengo la edad de las mujeres que viajan solas. Y fin.
Tengo la edad de las mujeres asesinadas fuera de su país.
Asesinadas dentro de su país.
Tengo la edad de las mujeres señaladas, marcadas,
estigmatizadas.
Tengo la edad de todas las mujeres a las que llamaste puta
alguna vez. La edad de tu hija a la que llamarán puta alguna vez.
Tengo la edad de mi amiga, la que por cinco minutos se
debatió entre ser una sobreviviente o una cifra en algún rincón olvidado,
mientras se le iba el aire, mientras era ahorcada por un intelectualoide que leyó Rayuela y los
poemas de Girondo.
Tengo la edad de Ana, mientras el cuchillo le atravesaba el
pecho, mientras él intentaba matarla.
Tengo la edad de Roberta mientras la arrastran por la calle,
porque “eres mía y no puedes estar en la
calle”.
Tengo la edad de Valentina, militante, luchadora, guerrillera, asesinada por rebelde.
Tengo la edad de las mujeres que parieron en prisión mientras
sus rostros circulaban por las calles y se hablaba de desaparición forzada.
Tengo la edad de las maquiladoras, asesinadas.
Tengo la edad de las periodistas, asesinadas.
Tengo la edad de las mujeres cuyas historias jamás fueron
escuchadas, porque no hay quien las oiga, quien quiera oírlas.
Tengo la edad de las mujeres asesinadas, cuyos casos fueron
cerrados al concluir: “No fue feminicido sino crimen pasional”. El olvido es
una trampa.
Tengo la edad de las mujeres que están siendo torturadas,
violadas, acosadas y hostigadas mientras debatimos quién tiene que pagar la
cuenta o el motel, porque la igualdad es una trampa.
Yo necesito tener una cita urgente con eso que dice que soy
hombre
porque no quiero elegir ser hombre con rostro y manos con
sangre.
Yo quiero tocar el rostro de mi compañera, acariciarlo y no
sacárselo, papá… y eso no es metáfora ni exageración se lo hicieron a una
hermanita papá, a una hermana grande.
Yo necesito tener una reunión urgente con aquello que me
llama hombre, porque si se trata tan solo de eso que tengo entre las piernas,
para mi es solo un dedo y tengo 10, así que no lo quiero.
Tengo que explicarle a eso que no violaré para la supremacía
de un proyecto enfermo, que quiere parir una sociedad enferma, hija sana del
pater superior.
Quiero que sepa que no, a ellas no las voy a golpear, para
mí no serán el sino de la fragilidad a quebrar, porque me reconozco frágil,
esa es mi fortaleza y libertad.
Me niego a ser el más fuerte.
Me niego a ser el protector.
Me niego a ser el más hombre, de hecho me niego a ser
hombre, ya que en las muertes, en las violaciones, en los femicidios me
reconozco trizado, como muchas de mis compañeras.
Necesito decirle urgentemente a aquello que me dijo hombre
que ya no, que ya nunca más, que vamos tan quebrados y quebradas por la vida
que nos empezaremos a incrustar en su dureza de macho.
Entérate:
Que cada vez que vaya una sola, yo seré otro y otra al lado.
Que cada vez que a una le digan puta seremos tres; yo, ella
y las asesinadas asediándote.
Que seré una astilla en tu ojo macho-miope cuando hagas tus
lecturas de Cortázar, Girondo, el Che, Dalton y Marx.
Y por último y hasta el fin entérate que seré una molestia para ti y
tu creación nefasta, que está tiñiendo de sangre lo que toca.
Hombre-asesino
Mujer-asesinada.