jueves, 3 de marzo de 2016

Chile: país de asesinatos clasistas en donde la niña pobre o la cola pobre morirá en nuestras manos o ¿Cuánto cabe en otro año de tu ausencia?



Se va a cumplir otro año de mucho, de la gran ausencia de Víctor, Wally, Hija de Perra y al mismo tiempo, en los mismos días, una gran presencia. Todos los días se cumple un año de algo, a cada rato y en cada lugar, pero no todo los días ese tiempo (ya no diré año, me parece que no contiene rostros, sensaciones, compañías) te atraviesa, te envidria los ojos y te remueve como hoy.
Es difícil partir este escrito que habla de la física muerte de Víctor-Wally-Hija de Perra, ya que invocar esos tres nombres es invocar al mismo tiempo una serie de temporalidades que se mezclan promiscuamente para hablarnos de un pasando, es decir un pasado que constituye una forma de llevar la vida en presente, un pasado pasando y también una lucha presente hacia el adelante.
Compartir la historia de vida de un grupo de gentes y gentas que nos convocamos a partir de Víctor-Wally, es compartir la historia de radicalización de un grupo de seudoniños veinteañeros como muchos, que podemos morir en la mayor miseria como la mayoría, heredando monstruosas sumas por intentar vivir, como casi todas y todos. Para ser exactas 58 millones de pesos a la clínica de salud privada Clínica Dávila. Y es que pareciera que estamos marcadas en la frente con una calavera, como si lo inevitable nos intentara condicionar. Hablar de la muerte de Wally es hablar de una muerte de mentiritas, porque acá en el país del norte (más abajo del de los imperios farmacéuticos) y allá en los del sur, Wally-Hija de Perra y Víctor siguen revolcándose en alguna chela cuneteada (en una banqueta), en alguna fiesta con contenido y en muchas calles sedientas de dignidad, gliter y justicia. Por lo mismo esta historia escrita muy desde mi guata (panza) es necesario comprenderla como un aglutinante y como una catapulta que opera tanto en Chile como en México, por hablar de mis cercanías geográficas.
Nunca pensé que ese día en que Waly me enseñó a saltar de muros muy altos y a caer como una princesa de manos en la cintura, sería tan infinito en mis andares. Como tampoco pensé que te morirías y, que más que el sida, te intentaría matar una clínica privada, la salud y un país detestablemente enfermo.
Así que echaré mano a mis palabras maletas, que se sirven de viajes en los tiempos y en los significados, para por ejemplo reemplazar la palabra Chile por muerte, por usura, o mejor por una definición. Chile: país de asesinatos clasistas en donde la niña pobre o la cola pobre morirá en nuestras manos. Chile (y cada vez más el mundo) lugar donde se lucra con el sida, con la muerte, con la medicina, con la educación, con la tierra y con nuestra subsistencia.
Como versan las palabras baquetas de una bella engendra de por allí “tu única muerte es el olvido”, así que haré de tu-nuestro relato una pestaña postiza para la historia de nuestro pasado pasando. Nos conocimos al ritmo de algún Don´t stop the dance de Bryan Ferry o de algún meneo de pelvis frenético al son de Hong Kong garden de Siouxsie And The Banshees, cuando nos cruzamos fuiste una especie Warhol de cuneta y pusiste tus ojos en un atolondrado grupo de descarriadas segundas adolescentes y te fijaste en una amiga en particular. No paramos de bailar, reir y beber hasta que nos echaron de un after. Creo que fue el presagio de nuestros tiempos y colores, esos en donde hicimos de las horas un par de aretes para colgar en las orejas de la molesta producción capitalista. Me refiero a esas horas estiradas de la madrugada en donde no sabíamos si estaba amaneciendo u obscureciendo. Pero era el momento de brillo en la oscuridad y así me quedé, y así compartimos y así nos hicimos.
De ahí en adelante fui parte de una infinidad de travesticiones, estéticas y éticas, corporales, de la cabeza y el corazón. Es por eso que cuesta escribir, porque de pronto todos los bailes juntos se vienen a los ojos; esos bailes con los cuales pateábamos, desde atrás y con descaro la mierda de vida que nos estrangulaba. Siempre tuvimos claro que no encajábamos, tampoco queríamos hacerlo, pero unos años más tarde supimos que queríamos construir el lugar en donde las piezas de nuestro rompecabezas enfermo y feliz, encajaran por un ratito.
Generamos una guerrilla con nuestros maquillajes baratos como arma, contra esa parafernalia cara de las normas conservadoras que nos intentan acallar a diario. Por supuesto solo hacíamos, y nos atropellábamos en el hacer, la vida se nos podía ir en el segundo de sentarnos a mirar. Eso si nosotras, las guerrilleras maquilladas, de vez en cuando nos sentábamos a contemplar, pero borrachas sobre algún techo, encima de un árbol o en largas caminatas por la periferia de nuestras periferias, en estados bastante sospechosos siempre. Y así pintadas mal fuimos tropezándonos y juntándonos, entre errancias, erradas y errados "sospechosxs" nos fuimos encontrando. Armando entre piedras y labiales lo que realmente queríamos, una mezcla de aquellas que tanto te gustaban. Largas caminatas al frigorífico de la panamericana, reconociéndonos con lxs cumas (ñeros) de alrededor, encontrando belleza en donde históricamente ha estado negada.
Esta ensoñación travesti armada se vio en nuestros largos juegos (profundamente deveritas) a las cabareteras, en nuestra escuela del despilfarro pobre y estrambótico, embarrado pero con plumas falsas. Las fiestas Chiquitibum, tus cumpleaños, las fiestas de putas, el matrimonio de Perra y Caballo, y una larga lista de etcéteras con peluca. Y salieron los regetones venéreos y nos reímos con más ganas de lo gaaaaay, hicimos calle jugando a las putas, a las góticas, todas jugamos con tu vagina plástica de sangre dulce. Tu gran vagina y nosotras, la pandilla-familia bizarra, fuimos la casita en el árbol sin hojas y con pocas ramas, como todo lo que hay por los paisajes de la panamericana. Empezábamos a armarnos el lugar “ke nunca jamás” existió, y ya no nos quejamos, lo fuimos haciendo. Pa mi, gran parte de todo eso queda en la maravillosa película “Empaná de Pino” de Wincy Oyarce y en los ojos de tu madre Rosita que más de una historia sobria tiene pa contar. Y así nos tomamos la escuela de teatro, los antros bailables, habitamos casas fantasmas, estuvimos y nos echaron de la “alternatividad”. 
Luego vinieron los tránsitos coquetos y peligrosos con la academia, con los cuales te masturbaste ya no de manera tan literal, pero si molesta; porque desprevenida caíste como eyaculación en el ojo miope de ese espacio. Los años nos fueron reencontrando en las calles, en las marchas, en los diversos frentes donde reclamamos que había mucha fiesta y poca protesta, a pesar de que nos estuvieran asesinando por maricas, por travas, por mujer o por que se yo… si ese paisito neoliberal se vuelve cada vez más miope macho y arrasa contra todo lo que le parezca peligrosamente diferente.
Hoy las lágrimas hacen correr el rímel de tantas cosas amiga querido, todos esos viajes siderales a los que solían llevarnos las conversas; la pandilla-familia disfuncional, bizarra y grandota que somos y nos seguimos encontrando en los bailes contra la autoridad impuesta. Pa mi fuiste otra más de las que me enseño a caminar con los zapatos equivocados, a verme alta y soberbia frente a tanta cuchilla patriarcal que quiso apuñalarnos. Escribo desde la rabia, desde la tristeza, pero no tan solo por tu ausencia física, sino porque sé, que por como van las cosas, vienen muchas ausencias más y quizá en peores condiciones que tu partida. Es por eso que veo tu cara, tu actitud y esa vocecita de coro del infierno en muchas esquinas del mundo. En los millones de procesiones paganas que tenemos que armar pa devolver los ataques de este sistema neoliberal nefasto.
Pa mi, tus procesiones paganas son la fila en el hospital público al que nunca quisiste llegar. Pa mi tus procesiones paganas son los pasillos mortuorios de la mierda de salud pública que nos tiran como migajas, ese mismo lugar donde ha muerto tanto amigo sidoso pobre. Pa mi, tus procesiones paganas han sido el tránsito fúnebre que han tenido que emprender tu madre y la pandilla mendigueando por esa deuda miserable que dejó tu muerte. Creo que esa churulencia que adquirimos al pintarnos y ser objeto de tus violaciones, macabro juego a la inversa del machismo opresor, nos hace enfrentar la perra vida desde otro lugar, agarrando la panty (leggin) y el taco pa llenar las calles del mundo de sangre con sida, infectando a esa pandemia asquerosa llamada salud y en tu particular caso llamada Clínica Dávila, con los 58 millones que nos dejó tu muerte.
Así como la “ley Zamudio” (ley de antidiscriminación chilena) podría existir una ley Hija de Perra, pero creo que el nacimiento mismo de las leyes ya te superó amiga.
Creo que junto a la pandilla aprendimos a operar como contenedores, aprendimos a ensayar con la sangre de mentiritas lo que puede llegar a pasar con la de verdad. Creo y creemos varios, que pa que las cosas cambien ese paisito debe arder por completo, repito, arder por completo; y ahí los límites de la tolerancia y el respeto, amiga, serán ensangrentados con sangre sidosa, porque cuando llegue ese momento quizá todas y todos tendremos sida, y será uno de los combustibles para esa gran fogata. Y desde las cenizas, desde los desperdicios, desde la inmundicia que deje toda la mezcla provocada por el fuego, desde el borroneamiento de los márgenes que delimitan la periferia (porque todo será periferia), tendrá que levantarse aquello nuevo que queramos. Lo bueno es que no costará tanto empezar, porque hace algún tiempo atrás, con materiales muy baratos, en una periferia de las periferias y extasiadas de felicidad ya lo habíamos ensayado. Hoy a casi dos años de tu muerte Víctor-Waly-Hija de Perra, nos seguimos encontrando en las calles del mundo, donde resuena un aullido en tu nombre y donde nos alzamos todas las “perras culiás” contra el estado y la normatividá.

Para más información de las actividades visita: https://www.facebook.com/58-Millones-De-Besos-con-Sida-1691459914466195/?fref=ts


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