Se va a cumplir otro año de mucho, de la
gran ausencia de Víctor, Wally, Hija de Perra y al mismo tiempo, en los mismos
días, una gran presencia. Todos los días se cumple un año de algo, a cada rato
y en cada lugar, pero no todo los días ese tiempo (ya no diré año, me parece que
no contiene rostros, sensaciones, compañías) te atraviesa, te envidria los ojos
y te remueve como hoy.
Es difícil partir este
escrito que habla de la física muerte de Víctor-Wally-Hija de Perra, ya que
invocar esos tres nombres es invocar al mismo tiempo una serie de
temporalidades que se mezclan promiscuamente para hablarnos de un pasando, es
decir un pasado que constituye una forma de llevar la vida en presente, un
pasado pasando y también una lucha presente hacia el adelante.
Compartir la historia
de vida de un grupo de gentes y gentas que nos convocamos a partir de
Víctor-Wally, es compartir la historia de radicalización de un grupo de
seudoniños veinteañeros como muchos, que podemos morir en la mayor miseria como
la mayoría, heredando monstruosas sumas por intentar vivir, como casi todas y
todos. Para ser exactas 58 millones de pesos a la clínica de salud privada
Clínica Dávila. Y es que pareciera que estamos marcadas en la frente con una
calavera, como si lo inevitable nos intentara condicionar. Hablar de la muerte
de Wally es hablar de una muerte de mentiritas, porque acá en el país del norte
(más abajo del de los imperios farmacéuticos) y allá en los del sur, Wally-Hija
de Perra y Víctor siguen revolcándose en alguna chela cuneteada (en una
banqueta), en alguna fiesta con contenido y en muchas calles sedientas de
dignidad, gliter y justicia. Por lo mismo esta historia escrita muy desde mi
guata (panza) es necesario comprenderla como un aglutinante y como una
catapulta que opera tanto en Chile como en México, por hablar de mis cercanías
geográficas.
Nunca pensé que ese día
en que Waly me enseñó a saltar de muros muy altos y a caer como una princesa de
manos en la cintura, sería tan infinito en mis andares. Como tampoco pensé que
te morirías y, que más que el sida, te intentaría matar una clínica privada, la
salud y un país detestablemente enfermo.
Así que echaré mano a
mis palabras maletas, que se sirven de viajes en los tiempos y en los
significados, para por ejemplo reemplazar la palabra Chile por muerte, por
usura, o mejor por una definición. Chile: país de asesinatos clasistas en donde
la niña pobre o la cola pobre morirá en nuestras manos. Chile (y cada vez más
el mundo) lugar donde se lucra con el sida, con la muerte, con la medicina, con
la educación, con la tierra y con nuestra subsistencia.
Como versan las
palabras baquetas de una bella engendra de por allí “tu única muerte es el
olvido”, así que haré de tu-nuestro relato una pestaña postiza para la historia
de nuestro pasado pasando. Nos conocimos al ritmo de algún Don´t stop the dance de Bryan Ferry o de algún meneo de pelvis
frenético al son de Hong Kong garden
de Siouxsie
And The Banshees, cuando nos cruzamos fuiste una especie Warhol de cuneta y
pusiste tus ojos en un atolondrado grupo de descarriadas segundas adolescentes
y te fijaste en una amiga en particular. No paramos de bailar, reir y beber
hasta que nos echaron de un after. Creo que fue el presagio de nuestros tiempos
y colores, esos en donde hicimos de las horas un par de aretes para colgar en
las orejas de la molesta producción capitalista. Me refiero a esas horas
estiradas de la madrugada en donde no sabíamos si estaba amaneciendo u
obscureciendo. Pero era el momento de brillo en la oscuridad y así me quedé, y
así compartimos y así nos hicimos.
De ahí en adelante fui parte de una infinidad de
travesticiones, estéticas y éticas, corporales, de la cabeza y el corazón. Es
por eso que cuesta escribir, porque de pronto todos los
bailes juntos se vienen a los ojos; esos bailes con los cuales pateábamos,
desde atrás y con descaro la mierda de vida que nos estrangulaba. Siempre
tuvimos claro que no encajábamos, tampoco queríamos hacerlo, pero unos años más
tarde supimos que queríamos construir el lugar en donde las piezas de nuestro
rompecabezas enfermo y feliz, encajaran por un ratito.
Generamos una guerrilla
con nuestros maquillajes baratos como arma, contra esa parafernalia cara de las
normas conservadoras que nos intentan acallar a diario. Por supuesto solo
hacíamos, y nos atropellábamos en el hacer, la vida se nos podía ir en el
segundo de sentarnos a mirar. Eso si nosotras, las guerrilleras maquilladas, de
vez en cuando nos sentábamos a contemplar, pero borrachas sobre algún techo,
encima de un árbol o en largas caminatas por la periferia de nuestras
periferias, en estados bastante sospechosos siempre. Y así pintadas mal fuimos
tropezándonos y juntándonos, entre errancias, erradas y errados "sospechosxs"
nos fuimos encontrando. Armando entre piedras y labiales lo que realmente queríamos,
una mezcla de aquellas que tanto te gustaban. Largas caminatas al frigorífico
de la panamericana, reconociéndonos con lxs cumas (ñeros) de alrededor, encontrando
belleza en donde históricamente ha estado negada.
Esta ensoñación
travesti armada se vio en nuestros largos juegos (profundamente deveritas) a
las cabareteras, en nuestra escuela del despilfarro pobre y estrambótico,
embarrado pero con plumas falsas. Las fiestas Chiquitibum, tus cumpleaños, las
fiestas de putas, el matrimonio de Perra y Caballo, y una larga lista de
etcéteras con peluca. Y salieron los regetones venéreos y nos reímos con más
ganas de lo gaaaaay, hicimos calle jugando a las putas, a las góticas, todas jugamos
con tu vagina plástica de sangre dulce. Tu gran vagina y nosotras, la
pandilla-familia bizarra, fuimos la casita en el árbol sin hojas y con pocas
ramas, como todo lo que hay por los paisajes de la panamericana. Empezábamos a
armarnos el lugar “ke nunca jamás” existió, y ya no nos quejamos, lo fuimos
haciendo. Pa mi, gran parte de todo eso queda en la maravillosa película
“Empaná de Pino” de Wincy Oyarce y en los ojos de tu madre Rosita que más de
una historia sobria tiene pa contar. Y así nos tomamos la escuela de teatro,
los antros bailables, habitamos casas fantasmas, estuvimos y nos echaron de la “alternatividad”.
Luego vinieron los
tránsitos coquetos y peligrosos con la academia, con los cuales te masturbaste
ya no de manera tan literal, pero si molesta; porque desprevenida caíste como
eyaculación en el ojo miope de ese espacio. Los años nos fueron reencontrando
en las calles, en las marchas, en los diversos frentes donde reclamamos que
había mucha fiesta y poca protesta, a pesar de que nos estuvieran asesinando
por maricas, por travas, por mujer o por que se yo… si ese paisito neoliberal se
vuelve cada vez más miope macho y arrasa contra todo lo que le parezca
peligrosamente diferente.
Hoy las lágrimas hacen
correr el rímel de tantas cosas amiga querido, todos esos viajes siderales a
los que solían llevarnos las conversas; la pandilla-familia disfuncional,
bizarra y grandota que somos y nos seguimos encontrando en los bailes contra la
autoridad impuesta. Pa mi fuiste otra más de las que me enseño a caminar con
los zapatos equivocados, a verme alta y soberbia frente a tanta cuchilla
patriarcal que quiso apuñalarnos. Escribo desde la rabia, desde la tristeza,
pero no tan solo por tu ausencia física, sino porque sé, que por como van las
cosas, vienen muchas ausencias más y quizá en peores condiciones que tu
partida. Es por eso que veo tu cara, tu actitud y esa vocecita de coro del
infierno en muchas esquinas del mundo. En los millones de procesiones paganas
que tenemos que armar pa devolver los ataques de este sistema neoliberal
nefasto.
Pa mi, tus procesiones
paganas son la fila en el hospital público al que nunca quisiste llegar. Pa mi
tus procesiones paganas son los pasillos mortuorios de la mierda de salud
pública que nos tiran como migajas, ese mismo lugar donde ha muerto tanto amigo
sidoso pobre. Pa mi, tus procesiones paganas han sido el tránsito fúnebre que
han tenido que emprender tu madre y la pandilla mendigueando por esa deuda miserable
que dejó tu muerte. Creo que esa churulencia que adquirimos al pintarnos y ser
objeto de tus violaciones, macabro juego a la inversa del machismo opresor, nos
hace enfrentar la perra vida desde otro lugar, agarrando la panty (leggin) y el
taco pa llenar las calles del mundo de sangre con sida, infectando a esa
pandemia asquerosa llamada salud y en tu particular caso llamada Clínica Dávila, con los 58 millones que nos dejó tu muerte.
Así como la “ley
Zamudio” (ley de antidiscriminación chilena) podría existir una ley Hija de
Perra, pero creo que el nacimiento mismo de las leyes ya te superó amiga.
Creo que junto a la
pandilla aprendimos a operar como contenedores, aprendimos a ensayar con la
sangre de mentiritas lo que puede llegar a pasar con la de verdad. Creo y
creemos varios, que pa que las cosas cambien ese paisito debe arder por
completo, repito, arder por completo; y ahí los límites de la tolerancia y el
respeto, amiga, serán ensangrentados con sangre sidosa, porque cuando llegue
ese momento quizá todas y todos tendremos sida, y será uno de los combustibles para
esa gran fogata. Y desde las cenizas, desde los desperdicios, desde la
inmundicia que deje toda la mezcla provocada por el fuego, desde el
borroneamiento de los márgenes que delimitan la periferia (porque todo será
periferia), tendrá que levantarse aquello nuevo que queramos. Lo bueno es que
no costará tanto empezar, porque hace algún tiempo atrás, con materiales muy
baratos, en una periferia de las periferias y extasiadas de felicidad ya lo habíamos
ensayado. Hoy a casi dos años de tu muerte Víctor-Waly-Hija de Perra, nos
seguimos encontrando en las calles del mundo, donde resuena un aullido en tu
nombre y donde nos alzamos todas las “perras culiás” contra el estado y la
normatividá.
Para más información de las actividades visita: https://www.facebook.com/58-Millones-De-Besos-con-Sida-1691459914466195/?fref=ts
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